GESTIÓN EMOCIONAL DEL DOLOR


(EXTRACTO DEL CAPÍTULO 3 "EL DOLOR COMO ALIADO" DEL LIBRO REGRESO AL CUERPO. AFRONTAMIENTO ACTIVO DEL DOLOR, EL TRAUMA Y EL SUFRIMIENTO)


Las emociones que se despiertan frente a un dolor cronificado son fundamentales en la percepción y afrontamiento que se ponen en juego día a día para la persona que lleva un tiempo considerable con dolor.
Algunas de estas emociones son generalmente llamadas "negativas" porque determinan consecuencias nocivas tanto para la persona como para quienes la rodean. Bajo mi punto de vista ninguna emoción es negativa ya que surgen como reacción natural frente a los acontecimientos de la vida. Las emociones no nos pertenecen, solo nos "atraviesan". Si las negamos, ocultamos y no les damos lugar a expresarse, nos enfermamos.
En el caso del dolor cronificado las emociones resultarán una llave que cerrará o abrirá la compuerta de par en par en la percepción dolorosa. En la teoría de la compuerta del dolor se afirma que los estímulos no dolorosos cierran las puertas al estímulo doloroso, evitando que la sensación de dolor viaje al sistema nervioso central. Por lo tanto la estimulación no nociva es capaz de suprimir la sensación de dolor. Emociones como la alegría, el optimismo y confianza en uno mismo, actividades placenteras y una buena relación con el entorno, pueden resultar fundamentales en la percepción y en el afrontamiento positivo.
Por el contrario hay emociones que estimulan la "apertura  de la compuerta" según el modo en que se interpreten: 
La ira: cuando el dolor no cesa y la persona que lo sufre llega al límite de su tolerancia, se siente impotente y frustrada, aparece una reacción totalmente lógica de enfado, furia y rabia. Hay una pérdida completa de confianza en la resolución del problema y se cae en un círculo vicioso que lleva a "explotar" y a disparar la "artillería de la ira", ya sea contra uno mismo o contra los que nos rodean. La energía de la ira es poderosa: aumenta el ritmo cardíaco, la presión sanguínea, los niveles de adrenalina. "Se hinchan las venas", saltan lágrimas de impotencia y el grito sale de la boca casi sin pensar. 
La ira está mal considerada socialmente aunque es una respuesta natural frente a una situación que sentimos injusta y nos provoca impotencia o falta de eficacia para resolverla. 
Para la persona con dolor cronificado puede ser un alivio permitirse expresar su rabia, pero hay casos en donde también la ira se "cronifica" y la vida se vuelve muy amarga. Aquí es donde la compuerta del dolor quedará abierta ya que esa reacción natural y momentánea queda instalada, se retroalimenta y genera un sentimiento de odio dificil de gestionar.
La culpa: "¿qué he hecho yo para merecer esto?" "¿por qué a mi?" Un dolor cronificado hace que la persona se enfrente consigo misma y se plantee cuestiones que sin dolor tal vez no se hubiera planteado. Pero las preguntas "qué he hecho yo para merecer esto" o "por qué a mí" son muy tramposas y generan culpa. La compuerta del dolor se abre. Si se cambian esas preguntas por otras más constructivas como por ejemplo "¿qué me cuenta el dolor acerca de mi mismo/a?", "¿qué puedo aprender de esta situación?", lo que se abre es la posibilidad de explorar, comprender y transformar. Ya no hay culpa sino responsabilidad y afrontamiento activo.
El miedo: esta emoción es otra de las respuestas frente a una amenaza o peligro. En el dolor cronificado cuando la persona ha pasado por diferentes especialistas y no tiene un diagnóstico claro del por qué de su dolor, aparece el miedo a que nunca se resuelva, a no poder trabajar, a no poder relacionarse con los demás, a no volver a ser la misma persona que era. Miedo al futuro, miedo al dolor, miedo al miedo. La compuerta se abre: el temor a realizar alguna actividad, a volver a lesionarse o a tener algo muy grave, potencia la sensación dolorosa y puede prolongar el dolor. Para afrontar los miedos lo mejor es centrarse en el momento presente, no anticipar, comprender al cuerpo, escucharlo, captar sus mensajes, darse cuenta, modificar conductas nocivas y ser valiente.
La tristeza: cuando las expectativas no se cumplen y el dolor no se acaba..., o cuando hagamos lo que hagamos durante el día, el dolor acompaña y lo invade todo, una de las reacciones que pueden surgir es la tristeza. Es el "dolor emocional" propiamente dicho. Decaimiento, falta de fuerzas, llanto y angustia generalizada abren aún más la compuerta del dolor físico. Este malestar se relaciona con el significado que la persona le da al dolor y cómo impacta en su identidad y en sus relaciones. "Ya no me reconozco, no soy la misma persona que era". Comprender que es normal sentirse de esa manera, darse permiso para expresar sin censura esas emociones, descifrar el mensaje que esconde el dolor y aceptar la situación actual, ayudará a gestionar la tristeza de manera saludable. (...)

Reconocer las emociones que surgen -sean cuales sean- y la gestión emocional adecuada, permitirá expresarlas y canalizarlas de manera positiva. La compuerta del dolor se abrirá en la medida en que neguemos que todas las emociones tienen su razón de ser. Aceptarlas, no instalarse en ellas, darse cuenta, no reaccionar automáticamente y respetar la propia naturaleza, puede ser muy liberador. De esta manera funcionará la compuerta del dolor cerrándose ante los estímulos dolorosos.

 

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